LAS VÍRGENES DE CADA UNO

Desde la manigueta se ve casi toda la cofradía, y aquí, asido a ella, uno reflexiona sobre las cosas que pasan en nuestras hermandades.

Y pasa que en el mes de mayo, que transita la mayoría de las veces desapercibido en nuestra Sevilla, tenemos cada uno nuestra Madre, nuestra devoción mariana a la que dedicamos el mes de las flores, el mes de la Virgen.

Y escribimos desapercibido porque, después de Cuaresma y Semana Santa –febrero y marzo- y la Feria de Abril, Sevilla entra en ese encefalograma plano que solo tiene picos de vida por los rocieros de la ciudad y los cultos a la Virgen en sus distintas advocaciones.

Cada uno tenemos la nuestra: la de nuestra hermandad, la de nuestros mayores, la que escogimos de adulto, aquella que nos da ese pellizco aunque no pertenezcamos a la nómina de sus hermanos, la que se rodea de esa fiesta o ese aparato de culto que nos atrae especialmente… las Vírgenes de cada uno.

Hay una Pastora en Santa Ana que entre abril y mayo extiende su mano y baja a la altura de los mortales para que la veamos de cerca, para provocar esa lagrimilla que la unción promovida por el cariño y el propio autor material de la imagen dejan resbalar por más de una mejilla. Pastora de almas que atrapa corazones mucho más allá de su Triana.

Hay una Esperanza en Pureza que siempre está ahí, que es la que escucha todos los días, la que recibe gracias y transmite al Padre ruegos por su mediación, la belleza de la Madre del Señor hecha devoción, la emoción, el verso, la morenez, el rezo… Triana. ¡Ay, Esperanza!

Hay una joya en San Andrés que, siendo de las Penas, es la que sube al Altar en mayo para buscar esa cercanía al cielo del Cristo de la Caridad y esa alegría que el cofrade necesita y que aprendió a través de su “sí” sin dobleces, de la aceptación de ser la Madre de Dios para ejemplo de toda la cristiandad.

En la Sierra Norte recibe culto todos los domingos de mayo aquella Madre que se apareció a Melchor en un Roble, cuando Constantina más lo necesitaba, para terminar con la enfermedad, con el sufrimiento, con las estrecheces y con la intranquilidad y la penuria del dolor.

Y en la misma Constantina es la Amargura de la Virgen, la Madre de aquel niño que aprendía de cofradías, la de la cuna, la de la familia, la de casa, como la definió el poeta “la Virgen de todos los días”, la que es una más en la mesa a la hora de comer y en la noche a la hora de conciliar el sueño.

Estas son la Vírgenes del mayo de este maniguetero, estas son las que, por una u otra circunstancia han llegado al corazón, al fondo del alma, y ahí siguen. Sumémosle a la Patrona de Almonte, que por la devoción que le tienen las personas que más quiero, ha llegado a ocupar un trocito de este corazón mariano sin límites que late sin parar para darnos la vida que sin duda necesitamos. Hoy precisamente, día de la Auxiliadora de los cristianos, salen muchos amigos a caminar a su encuentro.

Va terminando mayo, cada uno habremos hecho ejercicio con nuestras Vírgenes para mantener el nombrado corazón mariano con pulso, a tono y fuerte, con vida, con alegría y con la suficiente entereza para que, por muchos años, mantenga nuestro cuerpo con salud y nuestra mente con lucidez. Con flores a María, que Madre nuestra es.

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