CORPUS EN SEVILLA

Desde la manigueta se ve casi toda la cofradía, y aquí, asido a ella, uno reflexiona sobre las cosas que pasan en nuestras hermandades.

Todas -nuestras hermandades- están muy bien representadas en la Procesión del Corpus Christi que organiza el Cabildo Catedral. Es una consolidada tradición el hecho de acompañar a S.D.M. ese día, el más bonito de Sevilla para este maniguetero; incluso desde niño son muchos los sevillanos que son luz para el Santísimo el Jueves de Corpus, animados por sus padres a conservar la costumbre. Otra cosa distinta será que verdaderamente esos niños y sus padres sepan realmente qué están haciendo y por qué, como ya escribimos hace años desde esta manigueta, aquello de “tradición sin oración es afición”.

Ese día Sevilla se divide en dos: los del cortejo y los de las sillas. De uno u otro bando, realmente es un día precioso para un cofrade, un día que comienza desayunando con amigos y hermanos, los saludos del Patio de los Naranjos, comprobar cómo se organiza un cortejo de miles de personas, formar parte de él, lo que de fructífero tiene acompañar a Jesús Sacramentado, la vuelta de la Cena, la Hiniesta, etc. etc. Sería redondo si se pudiese disfrutar de la víspera, como se hacía antaño -no hace tanto- pero ya es imposible, es una heroicidad intentar ver algún altar y/o escaparate en el centro, de locos.

La réplica la tenemos el domingo, día que verdaderamente la Iglesia celebra la Festividad del Corpus Christi, con las Procesiones Eucarísticas de los barrios y de las hermandades Sacramentales, verdaderas maravillas por su cuidada preparación, por el sentido de lo que se celebra, por ser esa escuela que a muchos niños les falta para comprender el misterio de la Eucaristía, por el tamaño de sus cortejos que hace que se pueda adorar al Señor con verdadero sosiego y con ausencia de bulla y de excesos. Maravillas en muchos casos tan desconocidas como auténticas. Sevilla.

Disfrutemos, si la meteorología lo permite, de estos días de Corpus Christi, de lo auténtico de Sevilla, del Cuerpo de Cristo entre nosotros más que nunca en el año, de vivir y enseñar la fe, que de eso se trata. Permítanme recomendarle para estos días, si lo estiman, la lectura de la Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis” de Benedicto XVI… ya me contarán.

EJEMPLO ROCIERO

Desde la manigueta se ve casi toda la cofradía, y aquí, asido a ella, uno reflexiona sobre las cosas que pasan en nuestras hermandades.

Cualquier cofrade que busque algo más que bandas, marchas, costales, izquierdos y “revirás” y que suela acudir a los cultos de su hermandad, casi sin querer, se interesa por la liturgia, por la corrección en el culto y por la naturalidad de las cosas bien hechas en este sentido.

No hay mucho fiable sobre este particular y que esté a la mano de cualquiera, incluso muchos sacerdotes, cuando se les pregunta, no tienen claras las ideas sobre bastantes aspectos si van más allá de lo corriente, de lo diario, de lo común.

El Pontifical que cada año celebra la Hermandad Matriz de Almonte el Domingo de Pentecostés en el Real es una maravilla. Así lo sentimos y lo vivimos desde esta manigueta. Con qué pulcritud se prepara, con qué sentido se celebra, con qué cuidado se transmite cada gesto, cada significado de cada parte de la Misa, qué organización, qué cúmulo de aciertos. Y bien decimos que lo sentimos y vivimos, porque no somos expertos en liturgia (hay muy pocos y bien contados que están), quienes podrían quizá analizar más en profundidad este menester, pero puede que sí tengamos la suficiente delicadeza, por lo ya vivido, para intuir aquello que está bien hecho, se ve, se siente. El acierto, por ejemplo, de encargar cada año el acompañamiento musical a un coro distinto de una hermandad filial -por cierto, felicidades a Lolo Pérez y a Claudio Gómez, porque vaya tela el Coro de la Puebla el Domingo, vaya tela- es otra demostración de lo bien hecho.

Desde hace bastantes años hay una hornada de almonteños preocupados y ocupados en hacer las cosas bien, en que, más allá de que la devoción a la Virgen del Rocío sea universal, también lo sean las cosas que rodean a la Virgen, su historia, sus tesoros, la divulgación de sus costumbres y el origen de las mismas, sus relaciones con Sevilla, donde tantas filiales hay, la cuidad elección de cada presidente y su junta, la liturgia de los cultos, como ya hemos comentado, el diario en la Ermita, los santeros… un ejemplo a seguir. Cosa y caso aparte es el Lunes, eso es del pueblo y ahí la Matriz tiene trabajo por hacer, aunque casi no sea de su competencia, y, actuando con sensatez, es mejor no entrar en este tema.

Cada año, tras vivir de una u otra manera la Romería, la sensación es que se mejora en casi todos los aspectos y de un poquito de envidia sana. Ejemplo rociero que muchas hermandades debieran tener en cuenta, no es malo aprender de aquello que vemos bien hecho en casa del vecino, aprender es crecer.

LAS VÍRGENES DE CADA UNO

Desde la manigueta se ve casi toda la cofradía, y aquí, asido a ella, uno reflexiona sobre las cosas que pasan en nuestras hermandades.

Y pasa que en el mes de mayo, que transita la mayoría de las veces desapercibido en nuestra Sevilla, tenemos cada uno nuestra Madre, nuestra devoción mariana a la que dedicamos el mes de las flores, el mes de la Virgen.

Y escribimos desapercibido porque, después de Cuaresma y Semana Santa –febrero y marzo- y la Feria de Abril, Sevilla entra en ese encefalograma plano que solo tiene picos de vida por los rocieros de la ciudad y los cultos a la Virgen en sus distintas advocaciones.

Cada uno tenemos la nuestra: la de nuestra hermandad, la de nuestros mayores, la que escogimos de adulto, aquella que nos da ese pellizco aunque no pertenezcamos a la nómina de sus hermanos, la que se rodea de esa fiesta o ese aparato de culto que nos atrae especialmente… las Vírgenes de cada uno.

Hay una Pastora en Santa Ana que entre abril y mayo extiende su mano y baja a la altura de los mortales para que la veamos de cerca, para provocar esa lagrimilla que la unción promovida por el cariño y el propio autor material de la imagen dejan resbalar por más de una mejilla. Pastora de almas que atrapa corazones mucho más allá de su Triana.

Hay una Esperanza en Pureza que siempre está ahí, que es la que escucha todos los días, la que recibe gracias y transmite al Padre ruegos por su mediación, la belleza de la Madre del Señor hecha devoción, la emoción, el verso, la morenez, el rezo… Triana. ¡Ay, Esperanza!

Hay una joya en San Andrés que, siendo de las Penas, es la que sube al Altar en mayo para buscar esa cercanía al cielo del Cristo de la Caridad y esa alegría que el cofrade necesita y que aprendió a través de su “sí” sin dobleces, de la aceptación de ser la Madre de Dios para ejemplo de toda la cristiandad.

En la Sierra Norte recibe culto todos los domingos de mayo aquella Madre que se apareció a Melchor en un Roble, cuando Constantina más lo necesitaba, para terminar con la enfermedad, con el sufrimiento, con las estrecheces y con la intranquilidad y la penuria del dolor.

Y en la misma Constantina es la Amargura de la Virgen, la Madre de aquel niño que aprendía de cofradías, la de la cuna, la de la familia, la de casa, como la definió el poeta “la Virgen de todos los días”, la que es una más en la mesa a la hora de comer y en la noche a la hora de conciliar el sueño.

Estas son la Vírgenes del mayo de este maniguetero, estas son las que, por una u otra circunstancia han llegado al corazón, al fondo del alma, y ahí siguen. Sumémosle a la Patrona de Almonte, que por la devoción que le tienen las personas que más quiero, ha llegado a ocupar un trocito de este corazón mariano sin límites que late sin parar para darnos la vida que sin duda necesitamos. Hoy precisamente, día de la Auxiliadora de los cristianos, salen muchos amigos a caminar a su encuentro.

Va terminando mayo, cada uno habremos hecho ejercicio con nuestras Vírgenes para mantener el nombrado corazón mariano con pulso, a tono y fuerte, con vida, con alegría y con la suficiente entereza para que, por muchos años, mantenga nuestro cuerpo con salud y nuestra mente con lucidez. Con flores a María, que Madre nuestra es.

COFRADES (SE SUPONE) SIN RESPETO

Desde la manigueta se ve casi toda la cofradía, y aquí, asido a ella, uno reflexiona sobre las cosas que pasan en nuestras hermandades.

Es absolutamente asombroso el abismo hacia el que cae la educación de los jóvenes en estos tiempos. Aquel respeto que se nos enseñaba hacia los mayores, hacia los más débiles; el caminar por la parte exterior de la acera cuando cruces con una persona mayor que tú, dejar salir antes de entrar, saludar los hombres apretando la mano con firmeza pero sin dañar, la corrección en el vestir, en el aseo; el respeto al que trabaja, al profesional, el respeto hacia las costumbres y tradiciones -a las tuyas y a las ajenas-, a las imágenes sagradas y, lo que nos ocupa, a las cofradías; todo esto se está perdiendo a pasos agigantados.

Ya nos hemos acostumbrado a que el cortejo no importa nada, al “cangrejeo”, a los que caminan en contra de la cofradía molestando porque solo les importa el paso -que son los mismos que luego ponen el grito en el cielo cuando se les habla de númerus clausus-, a los que cruzan sin preocuparle lo más mínimo todo aquello que no sea su propio interés o a los que ocupan un espacio en la calle y se creen que es suyo y no dejan pasar ni moverse a nadie (con sillita o sin ella). Ahora, últimamente, tampoco se respeta el trabajo de los músicos, o eso parece. Pero desde esta manigueta observamos, sobre todo en las Glorias, de manera ya exagerada y excesivamente molesta, que ni cuando es el paso el que llega se conserva ese respeto debido.

Es increíble la cantidad de público, en su mayoría joven, que no para de hablar; en todo momento, en voz alta, a pocos metros del paso. Hace tiempo que es imposible ver una cofradía disfrutando de ella, regocijándose en su cortejo, disfrutando de sus insignias, de su compostura, o, por qué no, alcahueteando un poco quién forma la comitiva. Pero es que ya está resultando imposible ver tan solo el paso, una vuelta, una buena marcha, una buena ‘chicotá’, una entrada. Pareciera que, todo el día móvil en mano, solo hay lugar para la conversación viendo cofradías. Giraba la Virgen de la Alegría hace unos días desde la calle Levíes a la calle Céspedes sonando “Aquella Virgen” (por favor…) y el ruido de conversaciones cruzadas en voz alta destacaba sobre la potente musicalidad de la Banda de Las Cigarreras. Increíble, pero cierto. La mayoría de público que llenaba la calle Céspedes ni miraba a la Virgen, simplemente reían y charlaban delante del paso, en medio del cortejo, sin prestar la mínima atención a lo que, se supone, que han ido a hacer allí, que es ver a la Virgen. Nos da la sensación de que se está convirtiendo en un hobby más: “Me voy a echar la tarde hablando con mis colegas entre ciriales y con marchas de fondo, a dejarme ver un poco”. Tremendo, de no tener el mínimo respeto siquiera por aquello que se supone que se ama.

Démosle una vuelta a esto, por favor. Respetemos nuestras tradiciones, nuestras cofradías. Enseñemos a nuestros hijos que las cofradías se ven de punta a rabo -más aún una de Gloria-, en la acera, sin molestar, y, si quieres verla otra vez, callejea hasta que llegues de nuevo antes que la Cruz, te colocas en la acera y hasta que el paso pase. Y no hay más.

Tengo un amigo, al que admiro profundamente, que dice: “A ver las cofradías hay que venir hablao”.

CALIDAD Y CANTIDAD

Desde la manigueta se ve casi toda la cofradía, y aquí, asido a ella, uno reflexiona sobre las cosas que pasan en nuestras hermandades.

No sabemos cuándo fue, pero no hace mucho hubo alguien que convenció a las hermandades de Sevilla que más era mejor. Estas empezaron a hacer campañas para atraer a hermanos; a adquirir casas de hermandad donde hacer vida social; a presumir de tener más nazarenos que otra; a inflar números y pesetas; a bordar, tallar, cincelar, sin importar la calidad de lo adquirido; en definitiva, a crecer sin medida ni mesura ni proporción, hasta llegar al actual desborde temporal (porque solo dura diez días) que ha hecho que la Semana Santa de Sevilla se esté convirtiendo prácticamente en una carrera de obstáculos de pollos sin cabeza, sin medida ni control, que a pocos contenta.

Para muchos, además, esto es una época dorada, ya que la música es de más calidad, las cuadrillas son estupendas, hay más historiadores -que son los que dicen cómo hay que hacer las cosas- preocupados por las cofradías, hay más medios para conseguir todo y también más medios que opinan de todo, la vida de hermandad ha aumentado a todo el año, etc. etc.

La realidad, al menos como la vemos desde esta manigueta, es que Sevilla es la que es, en cuanto a dimensiones físicas y en cuanto a población. Las nóminas están infladas de sevillanos de la provincia (que están dejando huérfanos de nazarenos y costaleros muchos días santos de sus localidades) y de otras provincias, y que indudablemente son bienvenidos y acogidos, pero que no tienen posibilidades de hacer vida de hermandad durante el año por su residencia. Desde que tenemos memoria la cofradía siempre ha superado en número al círculo habitual de hermanos del resto del año, el hermano capirotero siempre ha existido, pero evidentemente nunca ha sido tanta la diferencia en cantidad como ahora. Por otra parte, son pocos ya los sevillanos que pertenecen sólo a una hermandad, cuando no hace mucho eran los menos los que pertenecían a más de una, y ya a más de dos eran “raras avis”.

Se entiende que la hermandad debe ser un medio para vivir plenamente la fe, para desarrollarse como cristiano, para poner en común tus creencias y para hacer comunidad, mas todo ello se antoja difícil cuando no se vive más que dos días al año (papeleta si la recoges presencialmente, que ya tampoco, y Estación de Penitencia) o como mucho tres (si asistes a la Función Principal), vivas donde vivas.

Quizá haya llegado el momento en que las hermandades debieran empezar a preocuparse un poco más en la calidad de sus hermanos y menos en la cantidad. Es cierto y lógico que se llame hermano a cualquier “asociado” a la hermandad, pero quizá debiéramos poner en valor el término, pedir algo más que una partida de bautismo y una cuota para entrar a formar parte, exigir más allá de la asistencia a una charla de media hora (en el mejor de los casos, que en muchas ni eso) para jurar las Reglas, no exigir a músicos y/o costaleros “hermanos” pagar una cuota con meros fines recaudatorios… Hacerle entender, en definitiva, a aquellos que quieran formar parte de la hermandad, que están adquiriendo un compromiso, el cual, además, debe estar refrendado con el de aquellos que lo promulgan (que ese es otro tema).

Hace ya tiempo me dijo un sacerdote: “Escudriña los Evangelios, verás cómo el Señor siempre buscó la calidad de sus seguidores, nunca la cantidad”. Pues eso.

JUGAR CON LA COFRADÍA

Desde la manigueta se ve casi toda la cofradía, y aquí, asido a ella, uno reflexiona sobre las cosas que pasan en nuestras hermandades.

No somos muy amigos de resúmenes de la Semana Santa, ni de aquello de lo mejor y lo peor, quizá ese tipo de publicaciones solo busquen rentabilidad más que otra cosa. Aún así, tenemos nuestros resúmenes y nuestros mejores y peores momentos, por supuesto que sí, y más después de las conversaciones típicas de Feria.

Dentro de lo menos bueno, entre lo que ocurre cada Semana Santa, están, para nosotros, aquellas hermandades que juegan con la cofradía. “Explícate, maniguetero”. Vamos a ello.

Aprendimos de nuestros mayores que la cofradía, la Estación de Penitencia, el culto público por excelencia de nuestras hermandades, es algo con lo que no se debe jugar, es algo “sagrado” y tiene que bordarse, hilo a hilo y detalle a detalle, por esto, no se debe jugar nunca con la cofradía, por ejemplo, utilizándola para pagar favores.

No nos parece decente que, dada la cantidad de hermanos que realizan la Estación de Penitencia, muchos de ellos tengan que formar fuera del templo, en otros edificios, o incluso en la calle, y la hermandad (léase Junta de Gobierno o Hermano Mayor) invite a quien estime a “verla salir desde dentro”, incluso a veces con catering (torrijita o gambita, depende de la hora de salida). Primero los hermanos, siempre. Si estos no caben, no debiera caber nadie que no fuese hermano. Hay muchos momentos en el año para devolver donativos, prebendas o colaboraciones, no necesariamente el día de la Estación de Penitencia. Si ya encima se usa el cargo para premiar favores personales con esto… apaga y vámonos.

Otra manera de jugar con la cofradía, o de devolver favores y/o donaciones, en este caso si el afortunado es hermano (o hermana, no se me enfaden las féminas, hablo en general) es darle un carguito el día Santo, ya sea una vara, un palermo, una canastilla o una acreditación. ¡Ay! de aquellas hermandades y aquellos diputados mayores de gobierno que basan la organización de la cofradía en hermanos agraciados por su colaboración y no en hermanos capacitados por su formación y experiencia. Hay claros ejemplos que todos conocen, seguro.

También juegan con la cofradía aquellas hermandades que solo conceden importancia a los “pasos” en la Estación de Penitencia, “maltratando” al hermano, ya sea a la ida, en Carrera Oficial, o a la vuelta. Solo importan los pasos, los cuales se llevan en Campana, por ejemplo, la mitad del tiempo de paso estipulado, repartiendo la otra mitad para los mil, dos mil o tres mil o los que sean. Démosle dignidad a los Titulares, por supuesto, pero no a costa de aborregar a los hermanos llevándolos en manifestación y/o jugando con ellos según el interés o lucimiento de cuadrillas, bandas y capataces.

Jugar con la cofradía, desde esta humilde manigueta, también es recrearse en la adversidad. Ante una situación meteorológica adversa, por ejemplo, la decencia del culto que se celebra no puede perderse. Puede haber una decisión equivocada ante un pronóstico incierto, un error, incluso un riesgo asumido (si la decisión tomada es la que esperan los hermanos siempre es la correcta)… pero una vez que la lluvia llega o el calor extremo aprieta… por la dignidad del culto que se celebra – y por el patrimonio artístico y humano, también-, este debería inmediatamente resolverse de la manera más rápida y lógica posible. Se debe tener un refugio previsto en caso de lluvia o un adelanto de los horarios y más celeridad en caso de calor excesivo, por ejemplo.  

La Cofradía, la Estación de Penitencia, es un culto; reiteramos: ¡es un culto! Debe tener su dignidad y su decoro, su liturgia, su costumbre y su fundamento, se debe procurar en él que el hermano viva una experiencia de Dios y el público (éste en la calle) también. Cada uno en su estilo, en sus formas y con sus maneras, pero sin olvidarnos de que celebramos un culto, con toda la pena de la hermandad que así lo conciba y toda la “alegría” de la que lo viva así, pero decente, digno y enriquecedor para el hermano que participa en él.

Cuando la Estación de Penitencia, por jugar con ella de una u otra manera, pierde la dignidad, está todo perdido.

YO VI A MI MADRE UN DÍA

Desde la manigueta se ve casi toda la cofradía, y aquí, asido a ella, uno reflexiona sobre las cosas que pasan en nuestras hermandades.

Hace casi un año que nos falta entre nosotros. Su recuerdo, reciente, vivo, fresco, como ella se preocupó de dejarlo, sí que no falta, pero su presencia ya es ausencia y hay muchos momentos en los que iría a verla para contarle, para pedir consejo, para hacerle saber penas y alegrías, solo para decirle: “Madreeeeee” y darle un beso, un achuchón; como siempre, como tantas veces, como siempre…

Recordando sus enseñanzas, recordaba que yo vi a mi madre un día ir al cuartito de las cosas de la Virgen y coger aguja e hilo y arreglarle la capa a un nazareno 10 minutos antes de la Estación de Penitencia porque la llevaba descosida.

Yo vi a mi madre un día frenar a un prioste novato, nervioso y enloquecido que quería subirse vestido de nazareno al paso, una vez entró en la iglesia tras la lluvia, para secar al Cristo con su capa, explicándole cómo y cuándo había que hacer eso.

Yo vi a mi madre un día (1,63 de estatura) ponerse en la calle Asunción, a las 4 de la tarde en agosto, delante del escaparate de la tienda de deportes de una amiga, porque vio desde la ventana cómo un atracador rompió el cristal con una piedra y se estaba llevando mercancía, evitando así que siguiera robando.

Yo vi a mi madre un día leerse el Corán y otro los Cánones del Budismo, porque ante una crisis de fe quería saber si había algo mejor que lo suyo.

Yo vi a mi madre un día pegarle un pellizco en el brazo a un hermano mayor y decirle al oído: “Vamos a tomar un café, sutanito” y sacarlo de un error que estaba cometiendo que, posteriormente, se comprobó que hubiese supuesto un desastre absoluto.

Yo vi a mi madre un día beberse las lágrimas escuchando un trío de una marcha delante de un palio.

Yo vi a mi madre un día caer rendida de tantos roscos de azúcar y flores de miel que hizo para que todo el que quisiese pudiese tomar algo en la Sacristía el día que se ponían las flores a los pasos.

Yo escuché muchas noches a mi madre leerme pasajes de los Evangelios que siempre escondían alguna enseñanza que pretendía transmitirme.

Por todo esto y mucho más, por lo que de mi padre aprendí, por lo que mis cuatro abuelos me transmitieron, hoy, tranquilamente, puedo decir, sin temor a equivocarme, que el que fue el otro día a la Feria de Sevilla vestido de nazareno, tuviese las razones que tuviese, “es un completo carajote que no sabe dónde tiene la nariz” (frase que aprendí de mi madre).

NOS HACÍA FALTA

Foto: 20 minutos (Joaquín Corchero)

Desde la manigueta se ve casi toda la cofradía, y aquí, asido a ella, uno reflexiona sobre las cosas que pasan en nuestras hermandades.

Hay cosas que uno echa de menos con el tiempo y una de ellas es escribir. Hacía un año que no asomaba por la Manigueta y ya es hora de volver a esas sensaciones ausentes en este tiempo. También sois muchos amigos los que me comentáis que había un vacío los miércoles que vamos a intentar rellenar. Sin metas, sin agobios, sin pretensiones, nos asimos a la manigueta y hasta donde lleguemos.

Nos hacía falta. Verdaderamente era necesaria una Semana Santa plena, de Viernes de Dolores a Domingo de Resurrección. Con sus Vísperas, sus días Santos, con “tos sus avíos”. ¡Qué felicidad! No dejo de hablar en estos primeros días de la Pascua con amigos cofrades que resuman sonrisas en cada vivencia, anécdota, momento o situación que comentamos. Todos hemos podido realizar nuestras Estaciones de Penitencia, hemos vuelto a sentir plenamente, hemos vuelto a rezar con capirote, a orar con el costal o la corneta, a vivir la Cuaresma en hermandad, a buscar aquel palio en esa esquina, a escuchar la misma marcha en el mismo lugar, a sentir, vivir, gozar plenamente nuestra Semana Santa.

Habrá tiempo de desmenuzar lo menos bueno -que lo hay-, habrá tiempo de analizar en detalle y con números -si los hay-, pero lo primero es lo primero y todos hemos disfrutado, esa es al menos la sensación que vivo desde mi manigueta. También, a modo de resumen total, de titular, una primera conclusión clara positiva que podemos deducir de esta Semana Santa es que, cuando las cofradías tienen voluntad y ganas, se pueden cumplir los horarios. Ese ha sido para este maniguetero el principal “cambio”, no el orden, no los minutos, no, no; definitivamente todo ha ido razonablemente bien por la predisposición de las hermandades a cumplir, con excepciones, como siempre, sin entrar en detalles ni en las maneras, vale, pero cumpliendo en Carrera Oficial.

Por otra parte, hay que felicitar, con mayúsculas, en letras grandes y en mensaje directo, a la Hermandad del Santo Entierro. Con muchas cosas en contra, con una apuesta valiente y decidida, con un trabajazo enorme, han presentado a Sevilla una oportunidad histórica de vivir un culto extraordinario de verdad y sin salirse de lo ya establecido. Todos coinciden en que el elenco de cofradías invitadas ha sido una delicia, en que Sevilla vivió una jornada histórica, en la perfecta organización, en el sentido que se le ha dado previamente con apoyos formativos que han hecho comprender (a quien ha querido aprovecharse de ello) mejor lo que se estaba celebrando… Felicidades, enhorabuena, magnífico.

Nos hacía falta. Verdaderamente nos hacía falta una Semana Santa como la de 2023 y todos podremos decir que la hemos vivido plenamente, que la hemos sentido en su totalidad y que hemos salido mejores de la Cuaresma a la Pascua. 

AHORA SÍ

Desde la manigueta se ve casi toda la cofradía, y aquí, asido a ella, uno reflexiona sobre las cosas que pasan en nuestras hermandades.

Termina la Cuaresma, la espera, y llega la Semana. Ya está aquí. Ahora sí.

Afortunadamente algo ha cambiado con la pandemia, todas las Cuaresmas, en los últimos años, había al menos una noticia que, por desagradable, se convertía en protagonista. Este año, aunque en origen por un motivo desagradable, la Misión Ucrania de Santa Marta ha sido la noticia de la Cuaresma. Eso y las ganas de volver han hecho que hayamos vivido una espera tranquila, sentida y nos haya hecho renacer y sentir que nuestras hermandades están más vivas que nunca. Esto tampoco quita que haya -siempre son los mismos- quien constantemente busque la polémica, los fallos y errores, el dividir y el amarillismo.

Nos gustaría que olvidásemos por una semana las medidas físicas, los minutos, los metros, que dejemos eso a los diputados mayores, que llega su hora, y que nosotros, los cofrades de a pie, nos dediquemos a las medidas del corazón: a verla por donde me gusta, a llegar a tiempo a aquella revirá que no me pierdo nunca, a ver palios alejarse, a disfrutar de la diversidad de nuestra Semana Santa, de la forma de vestir a nuestras imágenes, de las flores, de la música y los momentos que nos llegan al alma…

Nos gustaría que olvidásemos a los hermanos mayores, a su protagonismo, a su política, y que nos dediquemos a la política del amor, a nuestros hermanos: a disfrutar del reencuentro con aquel compañero de tramo que solo veo de año en año, a compartir trabajadera y sudor con los que quiero, a ver esa entrada tardía que todos los años veo junto a los mismos amigos…

Nos gustaría que olvidásemos los libros, revistas, propaganda y merchandising cofrade, su tiempo ya ha pasado, y que nos dediquemos al programa, a disfrutar con nuestros hijos, padres, amigos de planear la jornada, a meter los pies en agua al llegar a casa, a la conversación de las sillas con los vecinos de siempre…

Nos gustaría que nos dedicásemos a disfrutar de nuestra peculiar manera de conmemorar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo y que olvidásemos lo banal. Disfruta, vive tu hermandad, haz tu estación de penitencia de manera sincera, acude a los cultos que prescribe nuestra Iglesia, tolera, enseña, reza, aprende, sonríe, ama…

Amigos, ahora sí, hemos vuelto, esto ya está aquí. Disfrutémoslo.

LO QUE LE DUELE A ESPERANZA

Desde la manigueta se ve casi toda la cofradía, y aquí, asido a ella, uno reflexiona sobre las cosas que pasan en nuestras hermandades.

Hubo uno que el domingo se atrevió a decirle a la Virgen de la Esperanza lo que le dolía. No merece la pena más comentario el canalla ese, ya escribimos desde esta manigueta hace casi 5 años lo que nos parecían los chillantes y gritavivas.

Pero hablando de dolencias, ¿a cuántos hijos de la Esperanza les ha dolido o les sigue doliendo este hecho y lo que lo provoca? Aquí conocemos a una.

Se llama Esperanza, precisamente, nombre que le pusieron sus padres por la Virgen. La Esperanza es su norte, su faro, su timón y su horizonte. Pocos días pasan tras cada visita a la Capilla, no vive cerca, pero tampoco tan lejos como para no pasarse cada vez que le cuadra entre el trabajo, los niños, la casa y los mandados.

Esperanza no es mayor, pero ha vivido ya bastantes años como para poder tener esa perspectiva comparativa de distintas épocas, siempre alrededor de la Virgen. Esperanza ya no es de la Madrugá, ni de los estrenos ni adquisiciones, ni de la Función Principal, ni de candidaturas ni elecciones; Esperanza no es de los traslados a Santa Ana, ni de colas de Jueves Santo, ni del 18 de diciembre. Esperanza fue de todo eso, pero hoy es de muchas mañanas de un día cualquiera, de saludar a Pedro al entrar en la Capilla y acordarse del otro Pedro que fue su capiller… de mirar a la tienda y no imaginarse a Juan en ese universo del merchandising; Esperanza es de la Virgen, nada más.

Un día se dio cuenta que aquella estación de penitencia por la que había luchado hasta el año 2004 no era tal, sino un esfuerzo físico tremendo sin sentido que nadie intentaba aliviar ni mejorar. Se dio cuenta que no necesitaba bullas en los traslados ni en diciembre para ver a la Esperanza, que la tenía todos los días para ella cuando quería ¿qué más podía pedir? Esperanza hace el septenario, los siete días, pero deja la Función para otros, protesta su fe de sobras, sin colas.

Esperanza no fue a la Función, no fue al traslado, pero no dejó de pensar en la Virgen en toda la mañana.

El lunes, cuando llegó a la Capilla y, sola, rezó a su Esperanza en el pasito durante un buen rato, no podía dejar de rogarle en oración que perdonara y ayudara a quienes creen saber lo que le duele a la Virgen y no saben ver lo que le duele al que tienen al lado.