CUARESMA, DESCANSE EN PAZ

Desde la manigueta se ve casi toda la cofradía, y aquí, asido a ella, uno reflexiona sobre las cosas que pasan en nuestras hermandades.

¡Qué pena de Cuaresma, Dios mío!

Dedicado a vivir mi Hermandad -un poco hastiado de tanto acto cofrade, tanto pregón, tanto cartel, tantas andas, tanto traslado disfrazado, tanta extraordinaria y tanta Semana Santa fuera de la Semana Santa- hacía unos años que no me proponía a mí mismo salir a vivir la víspera fuera de la casa hermandad, oler a Cuaresma, sentir la Cuaresma, ver Sevilla encuaresmada. Se dieron las circunstancias el otro sábado. Tenía toda la tarde para mí y me dije: tengo ganas. Ahora.

Uno no es ajeno a la realidad que le circunda, pero a veces es necesario chocarte con ella de bruces para reparar en que no solo son suposiciones, noticias, comentarios o rumores; reparar en que es una realidad palmaria y visible aunque tú rehúses verla.

La Cuaresma que tengo en el cajón de mi memoria huele a azahar y a incienso mezclado; es el sonido de una banda ensayando al pasear por la tarde junto al río; una música suave entre humo y flores mientras rezas en un Besapié; es el sabor a torrijas, a miel y café, a roscos de azúcar, a espinacas y a bacalao con tomate. La Cuaresma para mí es Culto, Quinario, Función Principal, Comida de Hermandad, papeletas, túnicas, amigos. La Cuaresma siempre ha sido la preparación, la víspera, la espera, el preámbulo de la dicha.

Una amalgama de idiomas y acentos es el sonido hoy día de las calles céntricas de la ciudad, ya no hay bandas ensayando, molestan. Ahora conciertos, uno en cada iglesia, más de 10 cada fin de semana. No hay música que llame a la oración en los Besamanos y Besapiés, ¿para qué? Corrillos de cháchara, como si de un bar cualquiera se tratara, inundan toda la iglesia. Móviles y fotos, más fotos, y selfies, y fotos, más fotos. Debieran cambiarse los conceptos y llamar photocall al antiguo Besapié. Los guiris entran y salen de las iglesias como pollos sin cabeza mirando sin ver.

Mira que hay veladores… pues intente usted tomar café… ¿No reservaste? Nada. ¿No vas a comer? Nada. ¿Tienes acento local? Nada. Y busca una torrija, la encontrarás de chocolate, de frutos rojos, de cacao con helado de straciatella… pero ¿una torrija con miel? Nada. Ya hasta la mayoría de las cafeterías tradicionales cierran los fines de semana para quitarse del bullicio sin beneficio.

Unos amigos me comentaban que ‘solo’ habían estado unos 20 minutos en la cola de la exposición del Mercantil…

Sigue existiendo el olor a incienso y flores -ya solo faltaría- mas es difícil catarlo. Bullas de personas que no quieren besar nada, solo ver, comentar e irse, no permiten rezar casi, ni detenerse a observar la belleza de las composiciones que nuestras priostías ofrecen para mayor Gloria de Dios y para la crítica tabernaria del consumidor kofrade. 

Solo queda la hermandad de cada uno, los cultos cuaresmales de la íntima devoción personal. Tu camino interior, el que tu Cristo, tu Virgen, siempre ofrecen, el que nunca perderemos.

Ya no hay poesía en la víspera, ¡qué pena! Ya no hay romance, se acabó. Aquel “Quedémonos aquí” que escuché a Barbeito (“Quedémonos con las vísperas, con ese temblor de espera”) ya no existe. El sábado pude certificar lo que ya sabía: la Cuaresma se ha vuelto insufrible, ha muerto, también la hemos matado por exceso, descanse en paz.

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