EL OPTIMISMO MELANCÓLICO COFRADE

Desde la manigueta se ve casi toda la cofradía, y aquí, asido a ella, uno reflexiona sobre las cosas que pasan en nuestras hermandades.

El poeta y Catedrático de Literatura granadino Luis García Montero, refiriéndose a nuestra democracia, habla a menudo del optimista melancólico, o del optimismo melancólico. Cuando leo o escucho sus argumentos no tengo más remedio que extrapolarlos a nuestras cofradías, porque es una realidad que se palpa, se ve, se nota y se siente -quizá también por los años que va alcanzando este maniguetero-: cada vez hay más optimistas melancólicos cofrades.

El optimista melancólico es aquel que se levanta cada día a librar la batalla de la dignidad. Hablo con muchísimos cofrades que se ven invadidos, que se sienten rodeados de una masificación de nuestras hermandades que, en su gran mayoría, no viene a aportar, sino más bien al contrario. Cofrades que viven en la melancolía de que algo se pierde paso a paso: la idea de la oración, la idea de la caridad, la idea de cumplir unas reglas, la idea de la hermandad-familia (no familias), el hecho de alcanzar unos ideales y a la vez el optimismo de que no me van a convencer ni a vencer, en mi trabajo, en el bar de abajo, en la propia hermandad…

El optimista melancólico está vivo y tiene que demostrarlo y aprendió lo que era una hermandad, está convencido de que debe ser así, y ve a su alrededor como todo torna en lo que tantas veces hemos comentado de los excesos en asuntos absolutamente accesorios y secundarios y la escasez de aquello que, en la hermandad que él aprendió a vivir, siempre se ha considerado fundamental.

El optimista melancólico cada vez se aparta más del mundo cofrade, cada día con más frecuencia rehúye de actos, presentaciones, saraos y croqueteos variados para vivir en la nostalgia de aquella Cuaresma, de aquel Quinario o de aquel Besapiés que invitaba a rezar.

El optimista melancólico sigue enarbolando la bandera de la dignidad para, de manera discreta, como siempre actuaron nuestras hermandades, soñar con unas cofradías en las que revivir aquellos momentos que su memoria aún guarda y que, afortunadamente, vuelven todavía a repetirse año a año, Cuaresma a Cuaresma, Semana Santa a Semana Santa. Y no refiere que la nueva Semana Santa sea indigna, ni mucho menos, pero es excesiva en todo, exagerada, desmedida y está desbordada, y eso, para el optimista melancólico, no es Semana Santa de Sevilla.

Volveremos a leernos en la Pascua de Resurrección, mientras tanto, que cada uno viva su Semana Santa. La mía, sin duda, será desde el optimismo melancólico. Buena y provechosa Estación de Penitencia a todos.