LA VENTANA DEL SEÑOR

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La casa donde vivía era un piso alto encima del negocio familiar. Para acceder a ella había que subir una escalera de unos 30 escalones, en forma de L, la cual recibía luz natural por una ventana en la fachada. Desde que tengo uso de razón recuerdo que me preguntaba frecuentemente a quién se le habría ocurrido hacer esa ventana con una forma tan rebuscada, me parecía muy bonita, pero las ventanas normalmente eran cuadradas. Era mi casa, me gustaba, pero no lo entendía.

No recuerdo bien si contaba con 12 o 14 años, y en esa casa, en Constantina, charlaba con mi abuelo de cofradías y de la guerra. Me contaba las imágenes que se habían salvado en el pueblo y cómo ocurrió en cada caso. Me contó que hasta en dos ocasiones se salvó de ser fusilado a través de amigos que, llegada la guerra, estaban en el otro bando; que hacer el bien a los que te rodean, además de ser un mandato del Señor, incluso te puede salvar la vida… Me contaba que la abuela y él decidieron casarse una vez acabada la guerra y para eso se hicieron la casa donde vivíamos, con el objeto de tener su negocio y su hogar en el mismo sitio. Mi pregunta, rápida y lógica, no se hizo esperar: “Abuelo, ¿hicisteis esta casa a vuestro gusto? ¿y, entonces, de quién fue la idea de ponerle esa forma a la ventana de la escalera de la calle?” Con una sonrisa comenzó a contarme que, en una de las ocasiones en las que iba a ser fusilado, no recuerdo bien si me dijo que había un retablito del Señor del Gran Poder cerca o vio una estampa del Señor, pero sí recuerdo que algo le hizo encomendarse a Él y solicitar su protección. Una vez acabada la guerra no dudó en hacerse hermano de su hermandad (y acompañarlo de ruán todos los Viernes Santos viniendo y volviendo en tren con la túnica en una bolsa). De alguna manera quería que el Señor del Gran Poder estuviese en la nueva casa y coincidió la jura de hermano con la construcción de la misma. Volviendo de Sevilla, mirando la medalla que le acababa de ser impuesta, le surgió la idea: el Señor estaría siempre en la casa a través de la forma de la ventana de la escalera, así pasaría más desapercibido y sería algo íntimo. Mientras me lo contaba me dijo que le acompañara a su mesita de noche y me enseñó la medalla (que nunca había visto antes).

Mi abuelo falleció de manera súbita en 1989. Dos días después llegó a casa la carta que le citaba para recibir un recuerdo por sus 50 años de pertenencia continuada a la hermandad. Aún conservo con celo su medalla de hermano. Este fin de semana será una de tantas ocasiones en las que me acordaré de él y rezaré al Señor por su alma y por el hombre bueno que fue.